martes, 14 de enero de 2014

¿Te vienes?


En estas vacaciones navideñas he tenido la suerte de conocer más a mis emociones y ver cómo es mi relación con ellas... cosa por un lado normal ya que me paso el día ayudando a las personas a que aprendar a gestionar las suyas, pero al final no te creas que tanto ya que de tanto oir a los demás al que menos oyes es a ti mismo. Pero como nunca he querido ser como el Padre Gatica, que pregona pero no practica, me tomé muy en serio esta oportunidad, mi oportunidad... Y esta posibilidad me la ha proporcionado algo tan sencillo como viajar, si, así de fácil, si quieres subirte a una noria emocional y aprender a gestionar las emociones que se van sucediendo viaja, haz un viaje largo y a un entorno que te sea por completo extraño, verás la sucesión de sensaciones y resultados.

¡Partimos! Cuando ya está todo organizado y es hora de coger la maleta para ir al aeropuerto comienza la sensación de salirte de tu centro, de lo que los Coach llamamos zona de confort. Ahora coges tu maleta hacia un lugar que no conoces y lo que ocurra durante el trayecto ni lo sabes ahora mismo, ni lo vas a saber hasta que ocurra. 
Bueno, llegas al aeropuerto y están los nervios de lo nuevo, el sueño del madrugón, las colas de personas presentando documentación… creo que la emoción que sentía más clara era la de la expectación, todo lo que tenías que haber hecho ya estaba hecho y estabas ahí esperando, expectante, a ver qué te traerán las circunstancias. Y una cosa que me llamó profundamente la atención es la cara de culpables que se nos pone a todos automáticamente al pasar los controles, nadie sabe por qué, pero desde el chaval de 16 años hasta al padre de familia de 50 años con cuatro hijos, todos, en el momento del control bajamos la cabeza y tenemos la sensación de ¿culpa?.


En fin, una vez superados todos los trámites, controles, aduanas, etc… subes a un avión que te produce mezcla de desazón, ¿será capaz de transportarnos a todos sanos y salvos?, y mezcla de ilusión infantil: los colores de los asientos, todo tan nuevo, las bolsas que envuelven mantas y algo tan mundano como los tapones para los oídos… creo que ahí seguía predominando el nerviosismo, pero qué nerviosismo tan diferente el del miedo a que ese avión no llegue a destino, a el nerviosismo del que, como un niño, sientes que estás participando en una aventura.


Pues nada, es hora de sentarse, son al menos 12 horas de viaje en las que estar en un espacio tan reducido que ni tus pensamientos tienen hueco, pero si tus emociones… me resultó especialmente duro a 8 horas de la finalización del vuelo (es decir llevaba sólo 4 horas de viaje) controlar la sensación de que ni mi cuerpo ni mis articulaciones soportaban estar más tiempo en ésta posición de "cuatro" y me enfoqué en lo que tanto explico a mis Coachees: cambia el foco, donde esté tu cabeza estará tu problema y, aunque suene tópico me centré en la película que estaban emitiendo y conseguí olvidarme del dolor de todo mi cuerpo. ¡Una vez más funciona!. Una vez cogida la dinámica el resto era repetir el modelo, si algo me resultaba insoportable absorberme en otro pensamiento…


Bueno, las 12 horas del vuelo se completaron y llegamos sanos y salvos (si no te aseguro que no estarías leyendo esto).

Llegamos al destino y con ello a una nueva montaña rusa con multitud de emociones que se iban sucediendo, desde la emoción de conocer a alguien de quien te hablaban desde hace años y que por fin podías estrechar sus manos, la organización de dónde ibas a dormir cada día, dónde te despertarías, a quién conocerías, cómo sería el carácter o inquietudes de la persona con quien compartirías ese día, ¿tus pasos irían a favor de la corriente o en contra?. Cada día una nueva situación y cada nueva situación una nueva emoción que saber gestionar, simplemente por ti, por tu adaptación, porque te quieres bien y no quieres tener problemas durante el viaje... eso también es Inteligencia Emocional.


Y así fueron sucediendo los días, con la tremenda sensación de que esos momentos eran únicos e irrepetibles, que cada día era una nueva oportunidad que nunca volvería a darse, nunca volverías a conocer a esa persona por primera vez, nunca volverías a pasear por primera vez por ese sitio y de hecho puede que nunca más repitas ese viaje… si, es algo que lees continuamente, aprovecha cada oportunidad porque cada oportunidad es única, pero nunca había sentido tanta necesidad de beber de ese pensamiento como en ésta ocasión, supongo que ese era el momento.


Tras todos estos días comienzas la despedida, de nuevo con emociones enfrentadas por lo que dejas y por la vuelta a lo que dejaste, pero sobre todo con la reconfortante sensación de volver a tu lugar… a tu hogar.


Y ahora que vuelvo a la serenidad de mi despacho, ¿acaso no es esto lo que ocurre cada comienzo de año?, emprendemos un viaje del que conocemos el origen, conocemos el destino (o al menos comenzamos con la esperanza de que tendremos salud para terminar el año), pero no sabemos qué ocurrirá durante el camino.


Cada día, aun con nuestra rutina, es único y estamos plagados de emociones desde el primer segundo en el que oímos ese ¿odioso? sonido del despertador, hasta que llegamos a ese último aliento diario en la cama de ¿por fin?. Y cada minuto dura, nada más y nada menos, que lo estipulado: 60 segundos.


Pues así he decido comenzar el año, con el nerviosismo y la ilusión de emprender todos los días un viaje a un sitio desconocido, con compañía, mapa y linterna… pero también con el flowing de Mihalyi Csikszentmihaly.


¿Te vienes?



Beatriz Troyano Díaz.

www.remodelatuvida.es