En estas vacaciones navideñas he tenido la suerte de conocer más a mis emociones y ver cómo es mi relación con ellas... cosa por un lado normal ya que me paso el día ayudando a las personas a que aprendar a gestionar las suyas, pero al final no te creas que tanto ya que de tanto oir a los demás al que menos oyes es a ti mismo. Pero como nunca he querido ser como el Padre Gatica, que pregona pero no practica, me tomé muy en serio esta oportunidad, mi oportunidad... Y esta posibilidad me la ha proporcionado algo tan sencillo como viajar, si, así de fácil, si quieres subirte a una noria emocional y aprender a gestionar las emociones que se van sucediendo viaja, haz un viaje largo y a un entorno que te sea por completo extraño, verás la sucesión de sensaciones y resultados.
¡Partimos! Cuando ya está todo
organizado y es hora de coger la maleta para ir al aeropuerto comienza la
sensación de salirte de tu centro, de lo que los Coach llamamos zona de
confort. Ahora coges tu maleta hacia un lugar que no conoces y lo que ocurra
durante el trayecto ni lo sabes ahora mismo, ni lo vas a saber hasta que
ocurra.
Bueno, llegas al aeropuerto y están los nervios de lo nuevo, el sueño
del madrugón, las colas de personas presentando documentación… creo que la
emoción que sentía más clara era la de la expectación, todo lo que tenías que
haber hecho ya estaba hecho y estabas ahí esperando, expectante, a ver qué te
traerán las circunstancias. Y una cosa que me llamó profundamente la atención es la cara de culpables que se nos pone a todos automáticamente al pasar los controles, nadie sabe por qué, pero desde el chaval de 16 años hasta al padre de familia de 50 años con cuatro hijos, todos, en el momento del control bajamos la cabeza y tenemos la sensación de ¿culpa?.
En fin, una vez superados todos los trámites,
controles, aduanas, etc… subes a un avión que te produce mezcla de desazón,
¿será capaz de transportarnos a todos sanos y salvos?, y mezcla de ilusión infantil:
los colores de los asientos, todo tan nuevo, las bolsas que envuelven mantas y
algo tan mundano como los tapones para los oídos… creo que ahí seguía predominando
el nerviosismo, pero qué nerviosismo tan diferente el del miedo a que ese avión
no llegue a destino, a el nerviosismo del que, como un niño, sientes que estás
participando en una aventura.
Pues nada, es hora de sentarse, son al
menos 12 horas de viaje en las que estar en un espacio tan reducido que ni tus
pensamientos tienen hueco, pero si tus emociones… me resultó especialmente duro
a 8 horas de la finalización del vuelo (es decir llevaba sólo 4 horas de viaje)
controlar la sensación de que ni mi cuerpo ni mis articulaciones soportaban
estar más tiempo en ésta posición de "cuatro" y me enfoqué en lo que tanto
explico a mis Coachees: cambia el foco, donde esté tu cabeza estará tu problema
y, aunque suene tópico me centré en la película que estaban emitiendo y
conseguí olvidarme del dolor de todo mi cuerpo. ¡Una vez más funciona!. Una vez cogida la
dinámica el resto era repetir el modelo, si algo me resultaba insoportable
absorberme en otro pensamiento…
Bueno, las 12 horas del vuelo se
completaron y llegamos sanos y salvos (si no te aseguro que no estarías leyendo
esto).
Llegamos al destino y con ello a una
nueva montaña rusa con multitud de emociones que se iban sucediendo, desde la
emoción de conocer a alguien de quien te hablaban desde hace años y que por fin
podías estrechar sus manos, la organización de dónde ibas a dormir cada día,
dónde te despertarías, a quién conocerías, cómo sería el carácter o inquietudes
de la persona con quien compartirías ese día, ¿tus pasos irían a favor de la
corriente o en contra?. Cada día una nueva situación y cada nueva situación una
nueva emoción que saber gestionar, simplemente por ti, por tu adaptación,
porque te quieres bien y no quieres tener problemas durante el viaje... eso
también es Inteligencia Emocional.
Y así fueron sucediendo los días, con
la tremenda sensación de que esos momentos eran únicos e irrepetibles, que cada
día era una nueva oportunidad que nunca volvería a darse, nunca volverías a
conocer a esa persona por primera vez, nunca volverías a pasear por primera vez
por ese sitio y de hecho puede que nunca más repitas ese viaje… si, es algo que
lees continuamente, aprovecha cada oportunidad porque cada oportunidad es
única, pero nunca había sentido tanta necesidad de beber de ese pensamiento
como en ésta ocasión, supongo que ese era el momento.
Tras todos estos días comienzas la
despedida, de nuevo con emociones enfrentadas por lo que dejas y por la vuelta
a lo que dejaste, pero sobre todo con la reconfortante sensación de volver a tu
lugar… a tu hogar.
Y ahora que vuelvo a la serenidad de mi
despacho, ¿acaso no es esto lo que ocurre cada comienzo de año?, emprendemos un
viaje del que conocemos el origen, conocemos el destino (o al menos comenzamos
con la esperanza de que tendremos salud para terminar el año), pero no sabemos
qué ocurrirá durante el camino.
Cada día, aun con nuestra rutina, es
único y estamos plagados de emociones desde el primer segundo en el que oímos
ese ¿odioso? sonido del despertador, hasta que llegamos a ese último aliento
diario en la cama de ¿por fin?. Y cada minuto dura, nada más y nada menos, que
lo estipulado: 60 segundos.
Pues así he decido comenzar el año, con
el nerviosismo y la ilusión de emprender todos los días un viaje a un sitio
desconocido, con compañía, mapa y linterna… pero también con el flowing de Mihalyi
Csikszentmihaly.
Beatriz Troyano Díaz.
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